Día 21, December. «La niña de la cueva y yo»

cueva

Vivíamos sin dar paso al invierno, la niña de la cueva y yo. Llevábamos siempre leotardos y aún así, seguíamos con los sueños completamente helados. Pero al fin y al cabo: sobrevivíamos, al margen de otras cosas, y siempre dentro de la cueva, siempre, la niña y yo…

Las dos persistíamos en caminar muy despacio sobre la lana o la nieve del recuerdo. Y el recuerdo era fértil; porque paría otros recuerdos y toda la cueva era un desguace de vivencias-recuerdos y nosotras, debíamos caminar, esquivando los bultos, el hielo y las espinas que había derramado lo fiero de Diciembre, sobre nuestro suelo. Nos protegíamos del hielo prendiendo un fueguecito de palabras. Entonces, llegaban los poemas. Y las dos decíamos al unísono: ¡Entrad poemas! y los pobres poemas entraban en la cueva, completamente inconscientes de que tal vez nunca podrían salir ya de ella. Porque serían poemas para nutrir nuestra hoguera de palabras y nuestra soledad. Por eso, la mayoría de ellos eran quemados poco después de escribirlos, por lo inútil de servirnos para ninguna otra cosa.

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Día 1, December

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Día 1

No volver a abrir la puerta a aquel Diciembre. No a que vuelva a temblar en mi raíz, el rigor de aquella muerte. No a que pueda yo volver a intentar jamás arrancarte de mí: Salvaje, ni en la mentira, ni en el jirón de otro hombre. Quiero que deje de herirme en esta piel diciembre, porque tú ya no existes y ya no he de arrancarte. Nunca volveré a volar al otro lado del océano. Y nunca regresó tu nombre. Sólo una daga en el pecho y el silencio mordaz de los aullidos. La jauría humana. El bocado de la bestia sobre el vientre. La nieve sobre la sangre helada. La herida siempre y siempre coagulándose. Y la niña muerta sobre el trigo.
El 22 de Diciembre de un año maldito… y cuando llegue éste, lo juro frente al dios de los mayores: el fin de todos mis lutos, por ti. Me vestiré de rojo como la sangre, porque a mí me engendraron en tierra de olivares. Soy la mujer de la rama. La del viejo tronco caído y sus anillos de árbol  contando más de mí  que las líneas de mi propia mano. Ya he sido el error de la costilla. La que soñaba, que tú. La niña muerta por el amor funesto, que tú.  Las cenizas en la tierra de la mujer de aire. Para siempre y «for ever»; sus cenizas en la tierra, de la misma manera que tú pronunciabas frente a mi rostro el «for ever».
Y como en la jaula preámbulo de la muerte: el putísimo insomnio. La habitación azul de mis hijos, en la que lloro sentada sobre el suelo. Sentada sobre el duelo del útero. Lloro, porque soy una cáscara y ya no podré ser nunca más una rebelde. Soy una sonámbula que está velando la noche que nunca acaba. Velo la sangre, mientras mis hijos respiran y el mundo sigue dejándome desnuda y herida contra la nieve.  He tomado pastillas para tratar de existir, sólo por ellos. Me he tomado las del bote correcto, sólo por ellos. 6 meses enteritos seguidos, sólo por ellos. La noche en Barcelona, no tiene silencios. Mis niños hablan en sus sueños…
Mis niños, que fueron mis ángeles. Ellos me arrancaban de mi muerte porque Diciembre debía ser Navidad, aunque mamá estuviese flaca y tan triste.
Nadie va a quererme después de leer esto. Y yo; quedaré para siempre a salvo de volver a tener que elegir el bote correcto. Quedaré por siempre a salvo del hombre-hambre y daga. Pido perdón al Dios de los mayores. Al Dios de las palabras. A la niña muerta. A la mujer de aire. A mi madre, que lloraba por mí todas las noches. También a ti, que no pudiste amarme por encima de tu niño muerto y sólo me utilizabas para intentar tenderle un puente a otra muerte.
Las palabras se escriben en mí, porque ahora me he pedido ser una cometa en la mujer que sana. Soy otra mujer en la que sana. Las flores me van sanando y ahora soy una mujer al viento, sin miedo al hombre ni a la muerte. El olivo me ha sanado y me ha lavado el cansancio. Soy otra mujer: esta mujer adulta a la que nadie que pueda parecerse a ti, va a atreverse a querer ni a herir, así; sin niña mía. Ningún gris, me volverá a rasgar el color sin niña mía.
Las palabras se escriben en mí porque es diciembre y también porque ahora aprendo que la vida es efímera y a veces;  la niña mira desde el desierto y habla. Me cuenta en su diálogo: que el jade nunca muere.
Como decía mi abuela: la vestiré de rojo como a la sangre viva. La vestiré de rosa como a la flor del corazón y al cuarzo. Le llevaremos flores lindas a las cenizas de la mujer de aire.
Iremos juntas al cementerio de los pájaros. Y tú, ya nunca más serás aquí;  ni en mí,  ni en ella diciembre.

Las palabras se escriben en mí;

691 palabras escritas, para que tú no puedas ser nunca más en mí: Diciembre

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